×

Busquedas Populares


×

Opinión



Secciones




La historia y el arte del gobierno

Por - 02/09/2015

(Notas sobre un apunte de Churchill sobre Lord Rosebery) Criado entre la admiración a Pancho Villa y los rencores a Benito Juárez (comparto la primera […]

 La historia y el arte del gobierno

(Notas sobre un apunte de Churchill sobre Lord Rosebery)

Criado entre la admiración a Pancho Villa y los rencores a Benito Juárez (comparto la primera en el tema militar, y me aparto de los segundos en cuanto a la apreciación política) he tenido a la lectura de la historia como una afición un poco más añeja que la de los puros, pero igual de intensa y alegremente sostenida.

Churchill, ese epítome del político-historiador, en su agradabilísimo libro “Grandes contemporáneos” escribía sobre Lord Rosebery: “Siempre tuvo a su alcance el Pasado, y éste fue el consejero del que más se fió”. Grande cosa es un estadista que conoce la historia, ya que puede penetrar en el espíritu de su pueblo a través de los grandes sucesos que han sido timbre de gloria y blasón oscuro de vergüenza.

Este conocer la historia no es causa de inmovilismo. El que clama por un pasado que fue mejor, muchas veces se engaña por su propia decadencia. Y ciertamente, al tomar el carril de salida aminorando la velocidad, mientras se contempla el raudo paso de la juventud, uno toma por errores de la inexperiencia lo que muchas veces es producto de la vista cansada. Habría que tomar ejemplo de Justo Sierra, de quien se dijo “de los viejos el más joven, de los jóvenes mentor”.

No es causa de inmovilismo conocer la historia. Al contrario, para el gobernante es tanto fuente de inspiración como llamado a la prudencia. Da nuevas ideas a la imaginación cansada que se enfrenta al diario problema de los asuntos públicos, pues al conocer lo que hicieron nuestros Padres, se abren ante nosotros caminos olvidados que pueden ser la salida a un apremio del presente.

La historia que se conoce no inmoviliza al gobernante. Le ayuda a entender lo que puede esperar de su pueblo, a conocer sus anhelos más constantes y menos satisfechos. Aún en lo microscópico, local o comunitario, le permite entender el rejuego de los grupos y las familias, las clientelas que llevan años y generaciones construyéndose, las lealtades a las ideas, los proyectos, los linajes o las personas.

Quien no conoce la historia, se dice, está obligado a repetirla. No creo que sea así, pero ciertamente quien ignora el pasado de su país o de su estado, ignora en buena medida las razones del modo de ser particular de los ciudadanos que gobierna. Ignora también sus pasiones, buenas y malas, por lo que procede un poco a tientas, sin la luz que da la perspectiva que viene del ayer.

Lord Rosebery no fue un gran político. Al menos, no un político adecuado para la era Eduardiana. Sin embargo, esto no quita validez al conocimiento histórico como escuela del gobernante. Lo que le faltó a Rosebery, el mismo Churchill lo señalo: no vivió la pasión de la lucha electoral.


Otras notas



De nuestra red editorial