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In guns we trust

Por - 12/04/2017

En la Unión Americana, cada día, 89 personas pierden la vida a consecuencia de disparos con armas de fuego

 In guns we trust

 

No podemos aceptar como rutina eventos como éste. ¿Estamos preparados para decir que somos impotentes frente a estas masacres? ¿Es que la política es demasiado difícil?”

Barack Obama, tras el tiroteo en Sandy

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Apenas pasaban las once horas del 20 de abril de 1999 cuando Brooks Brown, un joven estudiante de preparatoria, decidió acudir a fumar al estacionamiento de su escuela, Columbine, en Littleton, Colorado. El muchacho daba las primeras caladas a su cigarro cuando vio acercarse a un compañero de grado, Eric Harris, con quien había tenido recientemente algunas diferencias. Con el ánimo de limar asperezas, Brown le preguntó preocupado por su ausencia en un examen de filosofía china que acaban de presentar, a lo que Harris, contestó: “Eso ya no importa” y a continuación agregó: “Ahora me caes bien, sal de aquí, vete a casa”.

Minutos más tarde, mientras Brooks Brown se dirigía a su hogar, Eric Harris en compañía de Dylan Klebold, asesinaban con armas de alto calibre y a sangre fría a doce estudiantes y a un profesor de su preparatoria, para después cometer suicidio.

A partir de la masacre de Columbine, la Unión Americana ha sufrido otras tragedias de iguales o mayores proporciones: Virginia Tech en 2007, Sandy Hook en diciembre de 2012, San Bernardino en 2015 y la ocurrida en la discoteca Pulse en Orlando, Florida el año pasado. Todos estos acontecimientos tienen un denominador común: fueron realizadas con armas de fuego.

En los Estados Unidos, el acceso a las armas de fuego, es relativamente sencillo. En el 2002, el cineasta, Michael Moore, documentó en su galardonado “Bowling for Columbine” la forma en cómo sin complicaciones se adquirían en una tienda de auto servicio armas de alto calibre y municiones. Esto explica que en dicho país, de acuerdo con cifras de la organización Small Arms Survey, existan 270 millones de armas de fuego de uso privado; es decir 9 por cada 10 habitantes.

El derecho de la población estadounidense de portar armas se encuentra consagrada en la Segunda Enmienda: “siendo una milicia bien regulada necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no será vulnerado”; no obstante, esta prerrogativa ha implicado que nuestros vecinos del norte, ocupen el nada honroso primer lugar en muertes por armas de fuego entre los países desarrollados: 33 mil anualmente, dos tercios de los cuales, corresponden a suicidios. En Estados Unidos ocurren tantas muertes por disparos que fallecimientos por accidentes en automóviles.

El fácil acceso de los estadounidenses a las armas de fuego, ha provocado que en su territorio se cometan el 31% de los tiroteos masivos (acontecimientos donde se dispara en contra de cuatro o más personas) que ocurren a nivel mundial. Tan solo en el 2015 hubo 372 de ellos, que implicaron la muerte de 475 personas y 1870 heridos.

El derramamiento de sangre por armas de fuego, llevó al ex presidente Barack Obama y a algunos legisladores demócratas y republicanos a presentar en 2013 y en 2016 iniciativas para limitar su adquisición, sin embargo, ninguna de ellas obtuvo en el Senado la votación necesaria para modificar la Segunda Enmienda.

Parte de esta negativa se debe a la presión ejercida por la poderosa Asociación Nacional del Rifle, la cual se ha venido oponiendo a cualquier reforma que limite el derecho constitucional para poseer armas. Tan radical es su posición que semanas después del incidente en Columbine, el entonces presidente de dicha asociación, el actor Charlton Heston, famoso por su papel como Ben-Hur, realizó un mitin a favor de la libre posesión de armas en el mismo condado donde había sucedido la masacre.

¿Qué tiene que pasar para que ciertos sectores de la sociedad norteamericana se den cuenta que el acceso indiscriminado de armas, los está matando?

La decadencia de los Estados Unidos de América no viene del exterior, como quieren hacerlo creer, nacionalistas como Donald Trump. El gran enemigo de los norteamericanos no es la migración, ni siquiera lo es el terrorismo; es la facilidad en cómo se arrancan la vida ellos mismos con las armas de fuego que tienen al alcance de la mano.


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