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El futuro que merecemos

Por - 18/07/2015

¿Pero de qué vamos a hablar si no en este país? Es que a mí me sigue sorprendiendo cómo se crean estigmas con el lenguaje. […]

 El futuro que merecemos

¿Pero de qué vamos a hablar si no en este país? Es que a mí me sigue sorprendiendo cómo se crean estigmas con el lenguaje. Así, de la nada, las palabras crean y transforman la realidad que, por más que se nos presente así de frente, no tiene nada más que hacer que inclinarse impotente ante su absoluto dominante: el lenguaje. Y supongo que es por eso que me gusta escribir. Porque no importa qué tan obvio resulte algo, siempre puede definirse a placer.

Y no es algo positivo siempre. Bien dijo Goebbels en algún momento: “una mentira que se repite mil veces, se convierte en verdad”. Y es por eso precisamente que el lenguaje debe usarse con responsabilidad en un absoluto reconocimiento de su impacto. En otras palabras, solo debe hablarse con la verdad.

Y es que en este país nos hemos acostumbrado a hacer justo lo opuesto. Llenamos de palabras los silencios sin siquiera interpretar lo que realmente significan. Hace unos días escuchaba una conferencia presentada por George Friedman, un encumbrado politólogo, que decía que el principal problema con los mexicanos es que no somos conscientes de nuestro propio valor.

Solo bastaba, decía, con ir a cualquier otro país y todos orgullosos contestarían pavoneándose de la relevancia que tienen en sus propias regiones. Pero los mexicanos no. Nos acostumbramos tanto a suponernos corruptos, incoherentes y mentirosos que hemos concluido que es parte de nuestra propia naturaleza. Y que no podemos sacudirnos esa condición por mucho que lo intentemos. Pero yo no estoy de acuerdo.

Basta simplemente con ver a futuro. Quizá algunos crean que el cambio nunca llegará por lo que es un ejercicio fútil intentar algo pero, déjenme decirles una cosa, nadie es eterno. Ni el presidente, ni los jefes de los carteles de droga, ni los miembros del gabinete, ni los policías corruptos, ni los legisladores, ni los delincuentes. Todos estamos en esta imparable ola donde, eventualmente, quienes criticamos ahora, ocuparemos esos puestos y es entonces cuando pregunto ¿haremos lo mismo?

De una cosa sí estoy seguro, si transcurren los años y nada ha cambiado, deja de ser culpa de otros y se vuelve nuestra. Llegará un día en que el ejercicio de introspección se volverá inevitable para definir si nos hemos convertido en eso que tanta rabia y frustración nos daba. Y es entonces cuando quiero mirar a mi generación y poder demostrar que su crítica era encauzada, que su enojo contenía un profundo deseo de cambio y que, por más que lo intentaron, no nos pudieron parar.

Llegará el momento en que seremos nosotros quienes miremos al pasado y entre risas podamos decir que no era tan difícil. Solo bastaba creer un poco en nuestro valor para darle a nuestro país el futuro que merece.


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