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Con autoritarismo y opacidad, nada

Por - 22/06/2016

La Alameda Hidalgo necesitaba ser intervenida por las condiciones que imperaban en la zona, pero el gobierno municipal actuó con un dejo autoritario muy preocupante

 Con autoritarismo y opacidad, nada

“Limpiar” la cara Zaragoza de la Alameda Hidalgo era, sin duda, una exigencia de buena parte de la ciudadanía queretana, que desde hace 20 años ha manifestado su descontento por la presencia de comerciantes en la zona, y sobre todo, con las condiciones que generan el hecho de que un grupo de personas se hagan de la administración de un importante espacio de la capital.

El domingo, en pleno día del padre, se les cumplió. Ese nada despreciable sector de la queretaneidad vio cumplido su sueño y ahora, tal vez, se animen a ir a caminar alguna veces por la frondosa Alameda Hidalgo, importante hito histórico para Querétaro.

Ante este tema, como en casi todos, se revelan dos posiciones diametralmente opuestas que ponen de manifiesto el profundo desencuentro moral entre el Querétaro de la tradición y el Querétaro de la modernidad.

Para unos, es un logro que el perímetro completo del añorado parque sea perfectamente transitable y su imagen quede inmaculada para los ojos de propios y extraños; para otros, se trata de una determinación autoritaria, clasista y fascista de un gobierno derechofílico sustentado en la ranciedad del pensamiento acomodado y persignado.

¿Cuál de las dos es la correcta? Ninguna. El empeño posmoderno de definir al mundo en un par de tuits sin duda hacen que sea más fácil ponerse una camiseta para entender la compleja realidad, y la Alameda Hidalgo no es una excepción.

Primer punto. La autoridad sí actuó de manera autoritaria. En aras del pragmatismo político la norma dicta que una acción como la ejercida por la policía el domingo pasado es mejor hacerla en la madrugada y sin aviso, pero lo cierto es que esto solo fomenta la opacidad y significa, sin duda, un proceder deshonesto que no debemos legitimar nunca de un gobierno.

Si a eso le agregamos que días antes, Manuel Velázquez Pegueros, secretario de Gobierno municipal, tuvo la desfachatez de asegurar que era absurdo afirmar que el gobierno municipal tenía planeado desalojar la Alameda Hidalgo (su defensa seguro se sustenta en las diferencias jurídicas entre “desalojo” y “retiro”), es evidente que la autoridad municipal actuó con alevosía y ventaja, y en lo particular no me satisface que un gobierno se valga de la distracción y el engaño para actuar.

Segundo punto. La zona sí era un polvorín. Piratería, narcomenudeo, drogadicción y prostitución sucedían adentro y a los alrededores del tianguis, contando con la tolerancia, protección y participación de muchos, que seguramente no todos, los comerciantes de la zona. No es exclusivo de las buenas conciencias el pedir que estas condiciones no sean las que imperen en determinadas zonas de la ciudad, pues todos sabemos que con esto se rompe el tejido social (dirían algunos), y la inseguridad aparece. Ni los más fervientes defensores la diversidad social se atrevían a pasar de noche en compañía de sus hijos.

Tercer punto. La zona estaba cooptada por “líderes”. Habría sido genial que cualquier persona hubiese podido instalarse a vender sus productos de haberlo deseado y necesitado. Esto no pasaba. Son varios los personajes que controlaban la zona (como lo hacen con varios tianguis) y que limitaban la libertad de la vía pública en beneficio propio. Las cuotas, las prebendas y la protección son realidades en el comercio ambulante que enriquecen a unos cuantos vivos a costa del grueso de los comerciantes. ¿Esto debe de ser tolerado?

Cuarto punto. Hay que aplicar la misma ley para todos. La autoridad tiene que ponerse a trabajar a la voz de ya en garantizar condiciones de igualdad para todos. No se vale intervenir un tianguis y darles vía libre a todos los demás. Y no solo se trata de vendedores ambulantes, ¿o es que nunca se han encontrado piratería en un local comercial?

Quinto punto. No existe un plan de reubicación. Simplemente no lo hay. Si lo hubiera, ya lo habrían dado a conocer. A los arquitectos del plan de desalojo/retiro no se les ocurrió nunca pensar que muchos, seguramente la mayoría, de esos comerciantes son honestos y que necesitan poder vender sus productos para sobrevivir. Ahora los han dejado a la deriva, y no se ve para cuando los vayan a atender. La ciudad, en constante y exacerbado crecimiento, seguro que tiene nuevas zonas en donde caería de perlas un nuevo tianguis. Si hubiera la voluntad. Pero no la hay, al menos no en la misma proporción que sí tiene el decidir qué hacer con la zona liberada, una necesidad que francamente no urge tanto como encontrarle lugar a quienes hoy ya no tienen cómo ganarse la vida.

En resumen, la Alameda Hidalgo tenía que ser intervenida. Por las condiciones de inseguridad que efectivamente existían, porque resultaba un negocio para unos cuantos, porque Zaragoza es una arteria principal de la ciudad y seguramente el espacio es esencial para un nuevo plan de transporte público (ojalá que sí nos alcance verlo algún día), y porque era la exigencia de una importante parte de la población.

Pero las formas son esenciales, sobre todo en política, y no se puede soslayar que el gobierno municipal sigue pecando de soberbio al reafirmarse como guardián de las causas justas y necesarias, sustentándose en una victoria electoral cuyo capital político se lo bebieron de una sola sentada.


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