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La república bananera de Estados Unidos

Por Dafne Emilia Martínez - 07/01/2021

A inicios del siglo pasado, el cuentista estadounidense O. Henry acuñó una expresión que al día de hoy es sinónimo de corrupción, caos e ingobernabilidad. […]

 La república bananera de Estados Unidos

A inicios del siglo pasado, el cuentista estadounidense O. Henry acuñó una expresión que al día de hoy es sinónimo de corrupción, caos e ingobernabilidad. Se trata del término ‘república bananera’ que inicialmente fue pensado para Honduras, un país que, como todos los centroamericanos, estaba por aquel entonces bajo la absoluta influencia de la United Fruit Company. Este emporio frutero ponía y quitaba presidentes a su antojo. También financiaba guerrillas y sediciones y promovía golpes de estado.

Más de cien años después de que O. Henry acuñara la frase, esta volvió a hacerse pertinente, solo que, irónicamente, en esta ocasión para aludir a los Estados Unidos. Las elecciones de noviembre pasado son quizá las más turbulentas en la historia reciente de nuestro vecino del norte. Con acusaciones de fraude por parte de la administración federal y llamados a la violencia desde algunos sectores que apoyaban a Donald Trump, la pasada jornada electoral precipitó a Estados Unidos en una espiral de incertidumbre e inestabilidad que hasta este momento solo se había visto en países subordinados a sus intereses.

Los hechos que tuvieron lugar ayer en el Capitolio, donde una turba fanatizada de seguidores de Trump ingresó al recinto por la fuerza desencadenando un zafarrancho que culminó con cuatro personas muertas, son un ejemplo muy claro en este sentido. Pocas veces en la historia de ese país se había visto una situación así. Quizá la última crisis interna de esa magnitud fue el magnicidio de John F. Kennedy. Ni siquiera el escándalo Watergate supuso un golpe tan duro para la que, al día de hoy, enarbolaba la pretensión de ser “la democracia más sólida del mundo”.

Por supuesto, sobran motivos legítimos para poner dicha pretensión en duda. No hay que olvidar, por ejemplo, que el sistema electoral estadounidense está bastante lejos de ser cien por ciento democrático en tanto las decisiones electorales quedan en manos de un abstruso Colegio Electoral, cuyo funcionamiento está bastante alejado de la comprensión del ciudadano medio.

Sin embargo, sí resulta extraña la violencia que los seguidores fanatizados de Trump desplegaron contra la policía. También resulta extraño que la reacción policíaca haya sido menos virulenta con ellos de lo que ha sido, por ejemplo, con el movimiento BLM o con organizaciones que se asumen ‘antifascistas’. Esto por no mencionar lo que habría sucedido si en vez de republicanos fanatizados, la irrupción la hubieran hecho musulmanes.

Lo que queda claro es que hay un doble rasero en el tratamiento que recibe la disidencia política en los Estados Unidos, y no es la primera vez que esto es evidente. Sucedió con anterioridad durante el rally supremacista blanco de Charlottesville, que el propio Donald Trump llegó a elogiar, pese a la violencia que se suscitó durante el mismo.

Al margen de todo esto, algo en lo que han hecho hincapié muchos comentaristas políticos es en que lo que ocurrió en el Capitolio pone en evidencia también la magnitud de la crisis que viven los dos principales partidos políticos estadounidenses. El Partido Republicano, que cobijó la presidencia de Donald Trump, está hoy profundamente dividido entre un sector moderado, que se opone férreamente a lo que sucedió hoy, y otro mucho más radical que se nutre de teorías conspirativas y discursos que dejan muy mal parados a los grupos marginales.

El primer grupo lo integran políticos como Mitt Romney, el exgobernador mormón de Massachussets que intentó arrebatar la presidencia a Obama en 2012 o Jeb Bush, hermano del expresidente George W. Bush. El segundo grupo es mucho más heterogéneo y lo conforman tanto evangélicos fundamentalistas, como neonazis y ‘libertarios’ que creen en el Estado mínimo y señalan a Joe Biden como un agente del “bolchevismo internacional”.

Lamentablemente, todo parece indicar que el ala moderada lleva las de perder y que al Partido Republicano le espera un futuro muchísimo más radical. La teoría conspirativa que sugiere que hubo intervención internacional a favor de Biden dará legitimidad a quienes insinúan que el partido debería ser más enfático en su combate contra el “marxismo cultural”, que no es otra cosa que la noción de que todos merecemos igualdad y que debería existir un respeto incondicional hacia los derechos humanos.

Lo verdaderamente preocupante sería que la toma del Capitolio sentara un precedente y que en el futuro viéramos más violencia por parte de quienes se sintieron ‘robados’ tras la elección. No hay que olvidar que, después de todo, las bases electorales de Trump están integradas por personajes particularmente proclives a la violencia, no muy alejados, incluso, del infame Timothy McVeigh, quien atentó contra un edificio federal en Oklahoma durante los noventa, ocasionando uno de los mayores atentados en la historia de ese país.

Si algo quedó claro en los últimos meses de la administración Trump, es que en cualquier momento el país podría zambullirse en una espiral de violencia comparable a la que ha provocado en diferentes regiones del globo. En otras palabras, Estados Unidos podría recibir por fin una cucharada de su propia medicina y experimentar en carne propia lo que es la inestabilidad política.


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