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Dos años de AMLO; lo bueno, lo malo y lo incierto

Por Staff Códice Informativo - 01/12/2020

A dos años de la toma de posesión como presidente de Andrés Manuel López Obrador, las opiniones sobre su administración siguen tan divididas como en […]

 Dos años de AMLO; lo bueno, lo malo y lo incierto

Foto: Archivo

A dos años de la toma de posesión como presidente de Andrés Manuel López Obrador, las opiniones sobre su administración siguen tan divididas como en los primeros días de la misma. Mientras algunos lo critican por lo que consideran es una gestión basada en “ocurrencias” y caprichos, lo cierto es que su índice de aprobación nunca ha bajado del 40% y se ha mantenido, por lo general, por encima del 60%, un hecho insólito si consideramos que, por ejemplo, su predecesor Enrique Peña Nieto llegó a ser aprobado apenas por el 24% de los mexicanos.

Las razones para esta polarización son muchas, no solo por las discrepancias ideológicas que hay entre algunos sectores de la ciudadanía y el presidente, sino también porque las propias acciones de la administración obradorista dan pie a múltiples lecturas. Sin embargo, es posible hacer una evaluación más o menos imparcial de las acciones conducidas por el actual gobierno federal, donde ha habido aciertos, errores y gestos cuyo significado final aún no termina de quedar claro. Hablamos pues de cosas buenas y cosas malas. Un caleidoscopio, si le queremos llamar así, cuya composición cromática intentaremos desentrañar.

Lo bueno

No hay gobierno, por muy nefasto que sea, que no tenga aciertos en su haber. Con eso no queremos decir que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador sea nefasto, aunque hay un sector de la oposición que se ha empeñado en pintarlo así. Lo interesante es que son justamente las predicciones de ese sector las que han terminado por revelarse como temores infundados y alimentados por el prejuicio. Este tipo de críticos decían en 2018 que bajo el gobierno de López Obrador, México se transformaría en otra versión de Cuba o Venezuela. A dos años de la toma de posesión, ese panorama queda lejos de la realidad.

Pese a la retórica nacionalista del presidente y pese a que en sus discursos no se ha cansado de repetir que bajo su gobierno “van primero los pobres“, lo cierto es que la iniciativa privada está lejos de verse amenazada por las decisiones del ejecutivo. No hay a la vista el menor indicio de que el presidente quiera nacionalizar industrias, como juraban sus críticos que terminaría por hacer, tampoco hay en sus políticas públicas visos de que vaya a aumentar drásticamente la deuda nacional, el gasto pública o la recaudación fiscal. Estos tres elementos han sido fundamentales dentro de muchos gobiernos de izquierda en América Latina, aunque en bastantes casos han terminado por repercutir en la macroeconomía al provocar, por ejemplo, incrementos en la inflación.

Sin embargo, y esto es algo que sin duda ha sorprendido a muchos, las medidas adoptadas por el gobierno federal en términos de gasto público han permitido, justamente, evitar estos escenarios. De modo que hoy la inflación y el precio del dólar, presentan quizá uno de sus mejores momentos desde 2011, lo que sin duda habla bien respecto a la salud económica de la nación.

Otro campo en el que ha destacado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es en la lucha contra la corrupción. Bajo la tutela del queretano Santiago Nieto, la Unidad de Inteligencia Financiera ha encabezado varias pesquisas contra funcionarios y exfuncionarios a los que se acusaba de participar en tramas de corrupción como el denominado caso Odebrecht. En ningún otro sexenio se había visto a tantos exfuncionarios pisar la cárcel o ser sometidos a proceso. Esto, sin duda, siembra un referente en términos de lucha contra la impunidad y manda el mensaje de que los ciudadanos so todos y todas iguales y no hay nadie por encima de la ley.

Considerando que esta fue una de las promesas clave durante la campaña de López Obrador, podríamos decir sin problema que el trabajo de Santiago Nieto ha sido sin duda uno de los mayores activos dentro de la denominada “Cuarta transformación“.

Finalmente está un elemento que aunque hasta la fecha es más retórico que concreto, sin duda ha supuesto un gran cambio en la forma en que se articulan las relaciones y es la idea, impulsada desde el gobierno federal, de que quedó atrás la época de los privilegios basados en el nacimiento. Esto, por supuesto es conflictivo porque por un lado, los críticos consideran que abona a una polarización innecesaria del país, mientras que por otra parte, algunas voces consideran que no es del todo cierto. No obstante, es un hecho que la retórica “inclusiva” del gobierno mexicano ha hecho que un sector considerable de la población sienta por primera vez en décadas que este país le pertenece, lo que sin duda es positivo.

Lo malo

De la mano con el punto anterior está un hecho que desde el principio ha suscitado la desconfianza de las clases medias hacia el presidente mexicano: Su retórica polarizante. Para nadie pasó desapercibida la manera en que el presidente clasificó a un amplio porcentaje de la población como “fifís“; un término de a inicios del siglo XX que se empleaba en la Ciudad de México para designar a quienes integraban la burguesía. Algunos comentaristas, por ejemplo, han llegado a sugerir que el presidente pareciera tener un encono personal contra los ricos. Esto no es del todo cierto si nos atenemos a que ha mostrado cercanía a figuras como Carlos Salinas Pliego, el empresario Alfonso Romo, quien forma parte de su gabinete, e incluso Carlos Slim.

Desgraciadamente, pareciera que quien carga con el sambenito de “fifí” es la clase media, la cual ha sido sistemáticamente denostada, no solo por el presidente, sino por su aparato de gobierno completo. Un ejemplo de esto lo podemos apreciar en la resistencia del gobierno a apoyar a pequeñas y medianas empresas durante la pandemia de COVID-19. Los críticos de López Obrador calificaron esta negativa como una muestra del desdén del gobierno hacia la iniciativa privada, con el agravante de que no afectó a las grandes fortunas, sino a sectores que se encontraban en situación vulnerable y que corrían el riesgo de pasar a la pobreza. Para la 4T, decían los críticos, no hay más que ricos y pobres y la pobreza es además una virtud.

El manejo de la pandemia de coronavirus también ha desatado polémica, sobre todo por las elevadas cifras de fallecimientos que registra nuestro país. Solo Estados Unidos, India y Brasil tienen más muertos que México. Aunque aquí es dónde hay más muertes por cada 100 mil habitantes. En este sentido, algo que ha desencadenado fuertes críticas es el desdén inicial que mostró López Obrador hacia la pandemia, así como su reiterada negativa a portar cubrebocas en público, lo que se considera un mal ejemplo para la población y sus seguidores.

La toma arbitraria de decisiones y el abuso de la consulta popular es otra de las flaquezas en el gobierno lopezobradorista. Si bien, como se comentó con anterioridad, AMLO no es realmente enemigo del capitalismo y en general ha mantenido estable la economía, es cierto que algunas de sus decisiones han afectado el desempeño económico de México. La cancelación de la planta cervecera de Constellation & Brands y del Aeropuerto Internacional de Texcoco supusieron un revés que redujo la confianza de los inversionistas. A esto hay que sumar que el PIB nacional había dejado de crecer considerablemente incluso antes de la pandemia y que después de ésta, México se ha convertido en uno de los países con mayor decrecimiento a nivel internacional.

Los recortes presupuestales, que formaban parte del programa de la 4T desde el inicio pero se agudizaron tras la pandemia de COVID, son otro gran desacierto para el gobierno de México. Preocupa especialmente la gran reducción de recursos que, bajo el pretexto de combatir la corrupción, se experimenta en sectores como salud, educación y desarrollo de tecnología. En este último sector, se ha acusado a la presidencia de colocar personas “a modo” a la cabeza de órganos como el Conacyt, lo que entorpecería significativamente la investigación y la independencia tecnológica de nuestro país. Lo mismo puede decirse de la desaparición de los fideicomisos, lo cual pone en riesgo a sectores como el cultural, cuyos agentes dependían bastante de estos esquemas.

La obstinación en construir megaproyectos a pesar del panorama agrio que arroja la post-pandemia, es otro talón de Aquiles para López Obrador, sobre todo en lo referente a Tren Maya, que ha generado oposición entre pueblos originarios de Yucatán y la Refinería de Dos Bocas, que algunos ven como una obra absurda en tanto parecemos asistir al fin del petróleo como motor energético. Se escucha de pronto decir que AMLO quiere gobernar como si aún estuviéramos en los setenta y el petróleo siguiera siendo fundamental, no solo como fuente de energía, sino como activo económico para nuestro país.

Finalmente tenemos el desdén que el titular del ejecutivo federal ha mostrado hacia movimientos sociales que tradicionalmente fueron sus aliados. Su poca comprensión de lo que motiva al movimiento feminista es quizá el ejemplo más claro en este sentido, aunque no el único. Desde el activismo por la diversidad sexual y de género, se ha asumido ya que durante este sexenio no habrá pasos claros en dirección hacia la equidad. La aparente alianza que hay entre López Obrador y ministros evangélicos, así como su constante apelación a la cosmogonía cristiana durante sus discursos, causan preocupación entre quienes luchan por los derechos reproductivos de las mujeres y las minorías sexuales. En este sentido, podemos decir que quien se vendía como una renovación para el país terminó resultando igual o más conservador que sus enemigos, a quienes no deja de fustigar con ese epíteto en las “mañaneras“.

Lo incierto

Aún es pronto para determinar en qué concluirá la administración obradorista. Ni siquiera está del todo claro que se vayan a concluir los megaproyectos o que se vaya a eliminar de tajo la corrupción. Una cosa es cierta, no nos hemos convertido en Venezuela, ni siquiera en la Argentina de las devaluaciones, aunque quizá no sea del todo afortunado hacer comparaciones con otros países, considerando que cada nación tiene su realidad particular. El devenir de México depende de algunas cosas que la administración federal está haciendo bien, como dar lucha frontal a la corrupción y terminar, aunque sea en el papel, con décadas de obscena desigualdad; pero también de cosas que hace mal, como dar plena certidumbre económica y comprender los nuevos movimientos sociales entre los que destacan, por supuesto, las luchas feministas.

Entre las decenas de “ocurrencias” que ha lanzado el presidente desde el estrado está la de la revocación de mandato que, si todo sale bien, se llevará a cabo durante el próximo proceso electoral. Si la revocación tuviera lugar ahora, seguro aún tendríamos AMLO para rato, pues sus números de aceptación son buenos. Que esto siga siendo así dependerá de las decisiones que tome durante los próximos meses.


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