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Guerra económica y fin del neoliberalismo

Por Staff Códice Informativo - 21/05/2019

El reciente veto contra Huawei y la llamada “guerra arancelaria” contra China, a la que se han sumado gigantes como Google, Intel y Broadcom supone un duro golpe a lo que tradicionalmente se entendía como un mercado libre y autorregulado

 Guerra económica y fin del neoliberalismo

Foto: Archivo

Cuando Andrés Manuel López Obrador  asumió la presidencia el pasado primero de diciembre, una de sus primeras promesas fue terminar con el legado producido por “décadas de neoliberalismo” en nuestro país. Algunos críticos del presidente y figuras políticas de la oposición, tomaron con miedo estas declaraciones y las consideraron una evidencia de la poca preparación económica del nuevo presidente. No obstante, quienes así señalan, omiten que esta “guerra” contra el neoliberalismo obedece quizá a un instinto geopolítico que podría estar entre las mejores cualidades de AMLO.

Antes que nada, es conveniente recordar qué es el neoliberalismo: De acuerdo con los principios económicos de la Escuela Austríaca, es necesario que la intervención del estado en materia económica se reduzca a una expresión mínima para que la economía prospere y los negocios florezcan en un mercado libre. Los impuestos, dice la escuela neoliberal de Chicago, que tomó’muchos conceptos de la teoría austríaca, deben desaparecer o evitarse en la medida de lo posible, sobtre todo para las grandes compañías, a las que se ve siempre como generadoras de empleo que, con su existencia, retribuyen cualquier beneficio que el estado les pueda otorgar para su instalación.

También se recomienda que se privaticen todas las áreas productivas e incluso que se desregulen sectores como el ambiental. Bajo le premisa de que el interés propio conducirá, por su propio peso, al interés general, se adopta una política basada en el Lassiez Faire, es decir, en el “dejar hacer, dejar pasar” y asumir a cada empresario como un sujeto capaz de regular por sí mismo, bajo el control del mercado, las actividades de su compañía.

El neoliberalismo construye también un “sujeto ideal” que es un triunfador, libre y capaz de enfrentar por sí solo, desde su individualidad, las adversidades que ofrece el camino al éxito. Este éxito es de hecho un valor fundamental en el neoliberalismo, por lo que los problemas sociales se individualizan y lo que podría deberse, en buena medida, a deficiencias sistémicas o estructurales, termina por asumirse como producto de un fallo personal. En el neoliberalismo, el único pecado posible, es perder porque, como decía Margaret Thatcher: “La sociedad no existe, solo el individuo”. Si solo hay individuo, todo problema recae sobre el sujeto que se castiga a sí mismo en su afán por lograr el éxito.

Este tipo de ideas, aunadas a otras como la desindicalización y la progresiva “flexibilidad” laboral, que otros más bien entienden como incertidumbre, han favorecido una creciente hostilidad hacia el modelo económico y hacia fenómenos que orbitan a su alrededor, como es el caso de la globalización. Bajo el esquema neoliberal, capitales y mercancías tendrían que circular con libertad de un país a otro sin someterse a controles por parte de las autoridades nacionales. En este sentido, es un régimen postnacional que permite, por ejemplo, reconstruir un entorno cultural en locaciones geográficas que poco tienen que ver con el mismo, como es el caso de las imitaciones de París, hoy abandonadas, que hay en algunas regiones de China, o también como los magníficos hoteles de Las Vegas que reconstruyen escenas de Egipto, Venecia y un largo etcétera. Para el neoliberalismo no hay barreras, todo es oportunidad y progreso.

No obstante, el modelo, en desgaste desde la crisis inmobiliaria de 2008 y agravado por otros fenómenos como la crisis medioambiental en curso,  ha experimentado una pérdida progresiva de popularidad incluso entre líderes nacionales. La gente ya no quiere oír hablar sobre “progreso” ni crecimiento. La gente quiere soluciones, quiere certidumbre y eso hace difícil mantener la retórica neoliberal basada en el crecimiento ilimitado.

AMLO, en este sentido, ha sabido interpretar bien los signos de los tiempos y, al menos en su retórica, ha comprendido que el modelo ya estaba caduco. A menudo sus críticos lo acusan de mirar hacia el pasado, cuando ellos mismos miran hacia los ochenta como si ahí estuviera la esperanza. Esto no quiere decir, sin embargo, que AMLO sea anticapitalista. El neoliberalismo es solo una forma del capitalismo, una forma agresiva y acelerada pero, al final, contingente. Fuera de México, uno de los principales embates al neoliberalismo, no solo como sistema económico, sino también como ideología hegemónica, lo representa precisamente un empresario que consiguió llegar a la presidencia de los Estados Unidos.

La praxis antiliberal de Trump se aprecia sobre todo en su forma de abordar las relaciones comerciales del país que dirige. Aranceles, bloqueos e intervenciones contra empresas son una constante en el discurso del republicano desde que asumió como presidente en 2017. Todo eso tiene muy poco que ver con la ideología neoliberal, aunque no con el capitalismo al que, como buen multimillonario que es, Trump servirá de la mejor manera posible, aunque esa manera implique hoy un retroceso en el proceso de globalización y acumulación acelerada de riqueza que el mundo vive de los años ochenta.

Como presidente del país más poderoso del mundo, la primera intención de Donald Trump es mantenerse ahí aunque, en el proceso, deba pasar sobre el “libre” mercado. La globalización le estaba dando una ventaja competitiva muy fuerte a China, lo que disgustaba profundamente al sector privado estadounidense, que empezaba a mostrar signos de rezago y a quedar fuera del propio juego que contribuyó a construir hace treinta años. El reciente veto contra Huawei y la llamada “guerra arancelaria” contra China, a la que sorprendentemente se han sumado gigantes como Google, Intel y Broadcom supone un duro golpe a lo que tradicionalmente se entendía como un mercado libre y autorregulado.

El solo hecho de utilizar el término “guerra comercial” o “guerra arancelaria”, tiene una connotación geopolítica que difícilmente embona en un mundo globalizado y sin barreras geográficas. El neoliberalismo es cosa del pasado y AMLO lo entiende bien. Entiende que ya no hay redes de soporte y que la globalización radical es un barco que ahora debe abandonar quien pueda. Esto claro, no es en absoluto un gesto de ruptura con las tendencias políticas y económicas. Por el contrario, es una consecuencia clara de las mismas. Así que, quienes tengan miedo de vivir en un país socialista, pueden ir a dormir tranquilos. Eso no pasará aquí. Si el presidente ha utilizado tanto el término “neoliberalismo”, se debe sencillamente a que el término está desgastado y a que representa a un modelo obsoleto.

Lo que podría venirse ahora, y no solo aquí, sino en todo el mundo, es un capitalismo más proteccionista con tendencias autoritarias y ciertas políticas del bienestar que garanticen la lealtad de la población.

 

 


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