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Ricardo Anaya, de Querétaro a…¿Los Pinos?

Por Staff Códice Informativo - 12/12/2017

Sus formas y estrategias pudieran no gozar de popularidad, pero forman parte de una vieja ortodoxia política que ha demostrado ser muy efectiva. En menos de seis años, Anaya está a un paso de Los Pinos

 Ricardo Anaya, de Querétaro a…¿Los Pinos?

Foto: @RicardoAnayaC

Cuando Ricardo Anaya Cortés dejó la ciudad de Querétaro para hacerse cargo de la Subsecretaría de Planeación Turística de la Secretaría de Turismo federal en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, el 1 de abril de 2011, nadie habría podido imaginar lo que sucedería menos de seis años después.

Antes, con apenas 32 años de edad, ya había dejado una huella indeleble en la política queretana, en un estado recalcitrantemente panista que, sin embargo, estadísticamente, tiene poca validez a nivel nacional.

Para entonces ya había sido la mano derecha del gobernador Garrido, el encargado de la política de Desarrollo Social en la entidad y coordinador panista en la primera Legislatura tricolor desde 1997, y en la que a finales de 2010 atoró el proceso para la elección de los consejeros del Instituto Electoral de Querétaro (IEQ), le costó su cargo al secretario de Gobierno Jorge García Quiroz, y terminó por ensuciar a uno de los consejeros elegidos por supuestamente ser priista, lo que acabó con la legitimidad del órgano ciudadano local hasta el fin de sus días, cuando por decisión nacional todos los órganos electorales locales cambiaron su constitución.

En la Subsecretaría de Planeación Turística, una cartera alejada de los pasillos donde se reparte el poder, cumplió con un papel discreto, y gracias a ello logró una curul plurinominal en la LXII Legislatura, en el 2012. Ahí comenzaron los saltos agigantados, primero como Subcoordinador de su grupo parlamentario, y después como Presidente de la Mesa Directiva, entre septiembre de 2013 y marzo de 2014.

El 5 de febrero de 2014, en un aniversario más de la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, en el Teatro de la República de Querétaro, el estado que lo vio nacer políticamente, emitió un discurso en representación del Poder Legislativo y ante la República en pleno que cimbró la históricas paredes del recinto.

Incluso, entonces, se dijo que su discurso destacó por encima del que hizo el presidente Enrique Peña Nieto, cercano al panista que operó con suavidad la aprobación de varias de las famosas reformas estructurales, e incluso más del entonces gobernador José Calzada Rovirosa, quien era recurrentemente aupado por sus correligionarios como un posible futuro candidato a la presidencia de la República, y quien trataba de aprovechar al máximo tantos foros nacionales e internacionales como le fuera posible.

El resto de su historia es de dominio público nacional. Fue secretario General del PAN, luego presidente nacional del partido, y ahora candidato del Frente Ciudadano por México, que aglutina a Movimiento Ciudadano, al PRD, y lo que queda del PAN.

Lo que queda porque llegar hasta allí le implicó una ruptura total con el gobierno del presidente Peña Nieto, del que alguna vez fue aliado, y con el ala calderonista del blanquiazul, cuya máxima expresión, Margarita Zavala, dejó el partido y va por la independiente, y sus demás exponentes se declararon en rebeldía y no tienen empacho en declarar su amor por José Antonio Meade, otrora miembro del gabinete de Felipe Calderón y hoy virtual candidato del PRI a la presidencia de la República.

A Ricardo Anaya se le achaca valerse de las peores tretas de la política para llegar hasta donde está, y de haber traicionado a propios y extraños. Por ahí dicen que si no se apuñala a sí mismo es porque el brazo no le llega a la espalda.

Lo cierto es que Anaya está en donde está, y muchos otros se han quedado en el camino. Logró tejer fino y generar amistades y enemigos en los momentos justos. Su vertiginoso crecimiento en menos de seis años (lo que dura un sexenio) ha sido imparable y ahora está a unos pasos de lograr su objetivo ulterior, ese que muchos creyeron imposible cuando se le consideraba el joven maravilla de la política mexicana y no solo un vulgar traidor.

Para ello, amalgamó un frente que más que ciudadano en realidad se soporta en los últimos despojos de una izquierda dócil y poco comprometida. Progresistas les dicen los que se la juegan más a la izquierda que al centro. La política social, la promesa de una alternancia sin sobresaltos y la posibilidad de formar un gobierno plurifacético en el que quepan visiones amplias de país son sus herramientas ante un López Obrador que llega a su tercer partido con la misma alineación con la jugó los dos primeros, y ante un José Antonio Meade que pretende pasar más como independiente con la pesada loza que implica el ser candidato de la maquinaria política priista.

En su discurso de unción, ya marcó sus primeras directrices. Fue crítico con los gobiernos panistas de Fox y Calderón, el primero peñanietista desde 2012 y el segundo a punto de dar el paso con Meade, sobre todo si su esposa finalmente no logra juntar las famosas firmas.

Anaya se presenta como una alternativa entre el desgaste de un PRI deslegitimado y el temor por un Morena autoritario. Su oferta, al menos estratégicamente, es pertinente porque se sitúa entre los dos como un tercero en discordia, pero con un aparato político-electoral probado en la victoria.

Lo que falta saber es, primero, cuántos votos pueden robar el PRD y Movimiento Ciudadano desde las expresiones de izquierda a Morena, y posteriormente, cuánto voto duro tendrá el PAN tras la ruptura del partido, y el sangrado que corre, en menor término, a las filas del un Meade bienquerido pero finalmente priista, o de una Margarita Zavala víctima y capaz.

Por lo pronto, el panismo salió a respaldar con presencia pero sin mucho ruido la candidatura de Anaya. Los gobernadores estuvieron allí, aunque sin hacer demasiado aspaviento y a la espera de saber si alguno sale fiel a los rebeldes.

A priori, el camino se ve complejo para Anaya, quien parte debilitado internamente y sin demasiada exposición hacia fuera. Su única experiencia como candidato data del año 2000, cuando tenía 21 años y le tocó, en medio proceso de alternancia política, abrir brecha para el blanquiazul en el XIV distrito local, correspondiente a la Sierra Gorda, y en la que perdió pese a incrementar el número de votos a favor de su partido.

Faltan solo meses para saber si un queretano, tras el brevísimo interinato de Francisco León de la Barra en la época de la Revolución, se volverá a sentar en la silla presidencial. Posibilidades, tiene. Y es que a pesar de los pesares, Ricardo Anaya ha logrado todos sus objetivos políticos hasta el momento. Los esqueletos se pueden seguir acumulando bajo la alfombra.


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