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Meade, un candidato de grupo

Por Staff Códice Informativo - 28/11/2017

Más allá de que lo abanderen las siglas del PRI, lo que representa Meade es un grupo de poder político, y sobre todo económico, en el que caben expresiones de todos los partidos, hasta del PAN

 Meade, un candidato de grupo

Foto: Facebook

José Antonio Meade Kuribreña será el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de la República en el 2018. La idea fue tomando fuerza en los últimos meses mientras la actual administración de Enrique Peña Nieto se hundía más en el descrédito y el concepto-PRI seguía perdiendo valor en el mercado político mexicano.

La necesidad de contar con un candidato “diferente” a los que solían abanderar al PRI es demasiado evidente. No existe un solo priista, por el solo hecho de ser priista, con la imagen y el porte moral como para amalgamar apoyos y expresiones de diversos orígenes en la sociedad. Ni uno. Meade es el priista menos priista, o el ciudadano más priista, como quiera usted observarlo, que hay en el país.

El ya exsecretario de Hacienda y Crédito Público cuenta con el apoyo casi irrestricto del priismo nacional, no tanto por que exista un convencimiento innato hacia su figura, sino por la disciplina impuesta en el ADN tricolor: en el PRI el que es, es. Pero como con eso no alcanza para ganar una elección, el ungido tiene la ventaja de ser bien valorado por buena parte del sector empresarial y por no pocos despojos políticos de filias diversas que se han quedado huérfanas de grupo, y que ahora ven en Meade la posibilidad de asirse a un proyecto político que juzgan más personal que partidista.

El curriculum de Meade es inapelable, aunque parece que el punto que más se le destaca no es tanto el que haya tenido diversas carteras importantes a su cargo, o los resultados que en estas haya obtenido; lo más brillante pareciera ser el hecho de que colaboró como funcionario de primer nivel en dos administraciones federales distintas, y de partidos disímiles como el PAN y el PRI.

Y no es para menos: Vicente Fox, el presidente de la alternancia expulsado del blanquiazul, ya anunció que va con él; y Felipe Calderón, el expresidente panista esposo de la ahora expanista Margarita Zavala, cada vez más desinflada rumbo a su objetivo de ser candidata independiente, nunca ha escondido su aprecio por el no-priista y a quien, con o sin Margarita en la contienda, seguramente apoyará. Queda ver si el apoyo será de facto o lo expresará públicamente, lo que sin duda significaría su expulsión de lo que queda del PAN y el comienzo de un profundo proceso de reconstrucción partidista.

Más allá de sus cualidades técnicas, que las tiene, la figura de Meade emerge en un momento de quiebre político en el que los partidos se están reinventando –aunque esto no quiere decir que para bien–. Los intereses, que antes cabían más o menos acomodados en uno u otro partido político, ahora convergen entre sí y se confunden en la marea discursiva.

Meade inaugura un era en la que los partidos son argumentos de segunda clase y la esencia de la política está en los grupos de poder. No es que esto no sucediera antes, pero estaba matizado por un discurso que enarbolaba ciertos valores políticos, sociales y económicos asociados a siglas y colores, pero que ya no se pueden sintetizar con tal desdén. Aquel discurso era mucho más sencillo de vender a las clases sociales despolitizadas.

Su figura emerge, sobre todo, con la imagen de Andrés Manuel López Obrador en el horizonte. Por tercera elección consecutiva el representante de la izquierda –o uno de los representantes de la nebulosa política a la que llamamos izquierda– buscará hacerse con el poder, esta vez apoyado por una estructura partidista que le sirve de manera caprichosa.

AMLO ha venido a descomponer el panorama político-partidista pues ante su evidente fortaleza, se hace necesario un reacomodo de ese panorama para proteger, de manera ulterior, el valor esencial de los intereses en juego. Todos, tanto políticos, como sobre todo los económicos.

Esto no quiere decir que de manera real AMLO atente contra esos intereses, pues detrás de él no solo hay un discurso político disruptivo, sino también un cúmulo de intereses económicos muy importantes en el país. Lo que decimos es que son distintos. De igual manera, AMLO se ha hecho de cuadros que otrora pertenecían a otras expresiones políticas y que de hecho le han costado mucho en términos de credibilidad ante su voto duro. Todos se están acomodando de un lado de la cancha para competir en 2018.

Porque en realidad, y aunque puedan presentarse varios equipos al juego, lados de la cancha son solo dos: el de la alternancia y el de la continuidad. Meade representará el primero y AMLO el segundo. El PAN de Ricardo Anaya, que ya no es el PAN completo, lo que queda del PRD y la remota posibilidad de que algún independiente se cuele serán solo actores de reparto que terminarán inexorablemente eligiendo uno de los dos lugares de la cancha.


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