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El dilema del vestido, o sobre la interpretación. Parte 3

Por - 01/03/2015

Para Rebeca Pérez, por la estimulante plática. Días han sido los pasados, en los que un vestido de no bellas hechuras ha causado debate mundial. […]

 El dilema del vestido, o sobre la interpretación. Parte 3

Para Rebeca Pérez, por la estimulante plática.

Días han sido los pasados, en los que un vestido de no bellas hechuras ha causado debate mundial. Dorados y blancos tonos encuentran algunos en sus telas, otros lo estiman de negro y azul, y aún hay quienes afirman con certeza, que los hilos claramente son violetas y café oscuro…, tema que de suyo nos sirve para ilustrar la diferencia entre interpretar y argumentar.

Interpretar es encontrar o asignar (en otro momento puntualizaré la diferencia entre uno y otro verbo) un sentido al texto, o en el caso del vestido, a la imagen. En un mundo abierto de intérpretes, encontramos entonces diversas visiones y afirmaciones sobre lo que dice una ley, la constitución, o los colores del ropaje femenino en cuestión.

Pero desde luego, si bien todos podemos opinar, no toda interpretación vale de igual forma. Esto es así, porque deben seguirse cánones o reglas de interpretación, que permitan arribar a un recto entendimiento del objeto interpretado. Veámoslo en la discusión del vestido, cuando cada uno de nosotros afirma lo que captamos con la vista; sin embargo, es posible que un experto en colorimetría afirme que para apreciar de manera correcta los colores, es necesario apreciarlos con luz natural y en determinado ángulo; así, la interpretación que haga tal experto aplicando esta regla, seguramente será más “válida” que la que cualquiera de nosotros haga, basados en una fotografía de la que no sabemos ni el ángulo, ni el lugar, ni si ha sufrido cambio alguno por filtros.

Igual sucede en el campo del derecho. Todos podemos opinar sobre cuestiones jurídicas, somos al final una sociedad democrática. Pero con independencia de que una autoridad tenga la palabra última, debemos admitir que el sentido que encuentre (o asigne) un jurista de altos vuelos, aplicando las reglas propias de la interpretación jurídica, es más “válida” que la que sostenga alguien que no cuenta con dicha formación.

Lo anterior no es cosa extraña. El experto en colorimetría, como el jurista, valen en su campo técnico por sus conocimientos y su prudencia (el “saber hacer” que distingue al sabio del mero acumulador de conocimiento) por lo que sus afirmaciones tienen el peso de su autoridad.

¿Lo anterior nos obliga a guardar silencio ante la docta opinión? Bueno, cuando discutimos cuestiones de vida o muerte, ciertamente no contradeciremos al doctor que receta la operación inmediata a quien se presenta con el adorno poco común de una varilla adosada a un hombro. Pero cuando hablamos de cuestiones de gustos (el vestido colorido, la comida, etc.) o de asuntos públicos (derecho, política, principios sociales, moral) debemos escuchar con reverencia la opinión de los expertos, pero a la vez, será sana costumbre democrática participar en una discusión que por pública, nos interesa a todos.

Te invito a visitar e inscribirte en mi blog: http://elconstitucionalista.blogspot.mx/


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