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De estatuas y tucanes

Por - 03/03/2015

Hay algo satisfactorio en la escritura. Y no solo se trata de la anhelada sensación de trascendencia, sino principalmente que obliga a quien escribe a […]

 De estatuas y tucanes

Hay algo satisfactorio en la escritura. Y no solo se trata de la anhelada sensación de trascendencia, sino principalmente que obliga a quien escribe a escoger con cuidado su contenido. Y es que en el lenguaje hablado, uno puede decir la sarta de tonterías que mejor le parezca pues finalmente, la propia naturaleza etérea de las palabras permite que se diluyan poco a poco en la memoria. En cambio si uno lo escribe, debe hacerlo consciente de que la retractación será imposible y además buscando el privilegio de que quien lo lee guste terminarlo y, con suerte, incluso quedará satisfecho con lo que leyó.

Y creo honestamente, a pesar de que soy muy consciente de que el párrafo que antecede es solo un ejercicio de narcisismo complaciente, que todos tenemos derecho a un poco de eso. Como el propio Joaquin Gamboa Pascoe, dirigente de la CTM, quien orgulloso develó una estatua de él mismo, gallardo y fornido, con mirada clavada en el brillante futuro de nuestro porvenir. Y es que no hay nada más bello que reconocer en bronce las propias cualidades y que mejor compañía que la del afamado Fidel Velazquez quien sí podrá permanecer siempre dentro de la foto con su flamante efigie reconstruida que, solo para clarificar, no fue destruida por una turba enardecida. Aunque si me preguntan a mí, tiene mucho más mérito la reconstrucción del pico del tucán herido (que para quienes no saben ha sido una noticia en las redes sociales) y luce más bonito también.

Y hablando de animales, refiriéndome al tucán desde luego, también me sorprendió el desalojo de los otros muchos en el “Club de los animalitos” (un zoológico privado en Puebla) donde 101 animales tuvieron que ser rescatados por la PROFEPA. Lo pone a uno a pensar a dónde irán a parar. Recuerdo incluso un viejo amigo que un día trataba de vender un león que tenía en su casa y al parecer ningún zoológico podía mantenerlo, por lo que incluso donarlo resultó un verdadero problema.

Pero cambiando radicalmente de tema, esta semana aprendí un término nuevo: mexicanizar. Y aunque no es mi intención hacer sonar estas breves cavilaciones como diario de adolescente, les ruego me comprendan pues es difícil deshacerse del narcicismo al que me refería. La cosa está en que el Papa Francisco utilizó ese término con despiadada certeza conceptual y en el camino logró herir susceptibilidades de muchos. Yo pienso que es una pena, pero sin conocer el contexto pude comprender exactamente a lo que se refería tan solo con leer la frase. Pero es que también los mexicanos últimamente nos hemos colocado en sitios que estereotípicamente no deberían correspondernos, como opinaría sin duda Donald Trump, que parece sentirse sumamente ofendido por los grandes logros de Gonzalez Iñaritu y el Chivo Lubezki (entre tantos otros mexicanos en Estados Unidos) que ya Octavio Paz los describía como seres míticos y por lo tanto virtualmente peligrosos. Y he ahí donde reside su peligrosidad: en que lo logran.

Pero bueno, como decía, me agrada eso de escribir. Y de muchos temas también. Y es que siempre hay una gran variedad de cosas que pudieran ocupar este breve espacio. Tan solo entre Oscares, ocurrencias de Vicente Fox y peripecias políticas, uno podría llenar las hojas de cualquier enciclopedia, pero tampoco es ese el objetivo. Es así que, para ocupar otra frase de moda: C’est reparti!” (¡Estamos de vuelta!). Y aunque no sea con un tiraje de dos millones de copias como Charlie Hebdo, espero que sigan leyendo.


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